Transhumanismo: una perspectiva antropológica sobre la propuesta de la Ingeniería Humana ante el Cambio Climático

Gabriel Delgado
8 min readApr 8, 2022

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En su artículo Human Engineering and Climate Change, publicado en febrero del 2012, el filósofo Matthew Liao, director del Centro de Bioética de la Universidad de Nueva York para combatir el cambio climático, presenta una visión esquemática del potencial de la Ingeniería Humana y su búsqueda en mitigar el cambio climático, cuya causante principal puede atribuirse al impacto ambiental generado por la intervención humana. La idea fundamental del artículo se centra en la llamada revolución tecnológica del desarrollo acelerado y de un alcance tal que va a generar transformaciones a niveles gubernamentales y en órganos sin fines de lucro, ante una problemática que se ha tratado de resolver a través de métodos educacionales y políticos, pero sin el efecto esperado.

Esta alternativa que propone la alteración radical de las características humanas naturales ha aparecido junto con la revolución tecnológica; una ideología que ve esta mejora de la mano con la biotecnología, especialmente en su vertiente física, cognoscitiva y moral como una posible solución a los problemas que se atribuyen a la negativa intervención de los seres humanos sobre la flora, la fauna y la estructura natural del planeta concomitantemente con conceptos como salud, enfermedad, normalidad, naturaleza humana, natural/artificial, terapia, etc. Es una propuesta sumamente controvertida desde la perspectiva de la filosofía y la medicina que provoca analizarse meticulosamente bajo perspectivas sociales, políticas, culturales, ideológicas, bioéticas y antropológicas, buscando no perder la importancia de comprendernos como seres humanos con naturaleza propia, racional e intelectual, junto a la misteriosa dualidad cuerpo-mente, cuerpo –yo, o cuerpo–espíritu que lleva siglos de reflexión en la historia de la filosofía resaltando el principio humanista que poseemos.

En su artículo, Matthew Liao se cuestiona sobre qué es lo que nos impide idear un conjunto de modificaciones biomédicas cuyo fin sea combatir el cambio climático u otras alteraciones planetarias causadas por el ser humano y a partir de este cuestionamiento se dedica a explorar un tipo de solución transhumanista al calentamiento global; a su juicio y a través de la citación de otros autores, la modificación biomédica de los humanos con objeto de dotarles de la capacidad encarnada o corporal de mitigar el cambio climático puede ser un medio eficaz, y en todo caso, concibiéndola como una actividad voluntaria que podría incentivarse por medio de deducciones fiscales o subvenciones públicas.

Es así como Liao se plantea diversas posibilidades del biomejoramiento químico y genético que incluyen ingerir pastillas que nos provoquen aversión o intolerancia a la carne roja; reforzar nuestro altruismo mediante el incremento de la oxitocina; reducir nuestro tamaño corporal para disminuir la huella ecológica del individuo y de la especie; o emplear potenciadores cognitivos que conduzcan a menores tasas de fertilidad y con ello a una menor presión poblacional sobre los recursos planetarios. Aunque el autor reconoce la existencia de riesgos asociados a cada una de estas técnicas, sugiere que tales riesgos sean comparados con los que se deducen de la inacción climática: “Si las soluciones conductistas y de mercado no son suficientes para mitigar los efectos del cambio climático, entonces, incluso cuando la ingeniería humana resultase más arriesgada que esas otras soluciones, tendríamos que considerarlas”. También destaca estar absolutamente en contra de toda forma de coacción como la esterilización y el genocidio. Es una propuesta dirigida a quienes creen que el cambio climático es un problema real y en consecuencia defienden medidas potencialmente catastróficas como la geoingeniería.

Analizar el artículo de Liao me condujo a comprender como la posmodernidad, a su turno, va acabando con la idea de una naturaleza humana especular e invariante, la que deja de ser reparo inmodificable y da lugar a las inquietantes preguntas por nuestra identidad y relación con los otros, las especies vivientes, la evolución natural y el empleo de técnicas que determinan la acción a fines del hombre trascenderse a sí mismo. El debate, más allá de las miradas extremas, contiene una gran seriedad y posee un profundo calado filosófico. Se encuentra en juego la misma idea de naturaleza humana y los límites de la finitud.

Tomando como referencia al Nobel de Literatura José Saramago en su novela Las intermitencias de la muerte, caben aquí varias cuestiones que atañen la filosofía y la ética de la técnica. En primer término, la trasgresión de un orden divino o cósmico, la hibris de jugar a ser Dios o la contranatural tecnológica, argumentos inspirados por el terror de imaginables y probables escenarios siniestros. En segundo término, la ambivalencia de una medicina más allá de la terapéutica, perfectiva, que no se justifica ya moralmente por la enfermedad, resultando eventualmente el mejor enemigo de lo bueno y esmerando el coeficiente de lo adverso, no solo real sino también simbólico, coextensivo a todo progreso humano. En tercer término, el contrasentido entre la naturaleza y la dignidad humana. La primera se define por la finitud y la segunda por la perfectibilidad, siendo lo real a la vez límite y posibilidad, y el ser y deber ser del hombre consistente en la negación de su negatividad.

En palabras de Saramago: «Sabremos cada vez menos qué es ser humano». Y también lo creo así, puesto que más allá de constituir una mera curiosidad científica, como existen muchas más, esta recategorización de lo humano-naturaleza a través de la modificación biotecnológica significaría un giro epistemológico con graves consecuencias de carácter normativo y desafiante para la especie en su conjunto; desde la alteración de la funcionalidad humana y su esencia misma, más allá del límite de su naturaleza más íntima. Sin embargo, son muchos los que piensan que estas transformaciones no cambian lo sustantivo de nuestra especie.

Reabrieron la brecha al razonamiento antropológico, si un ser humano, producto de la injerencia de la ingeniería humana puede desarrollar funciones muy superiores a las que cualquier ser humano puede hacer en condiciones naturales, este tipo resultante, considerando la finalidad de la intervención, ¿puede considerarse un ser humano? Y si no es un ser humano, entonces, ¿cómo llamaríamos a un ser que posee facultades extraordinarias gracias la intervención tecnológica de su cuerpo, de su cerebro o de su sistema motor? Esto abre la posibilidad a distinguir colectivos humanos no en virtud de su etnia, posición económica, social o creencias religiosas, sino a partir de la intromisión tecnológica que, en el caso de llegar a ser una realidad palpable, generaría graves discriminaciones e injusticias. Si pensamos en el interés general del problema, esto exige una regulación jurídica global respetando el Principio de Sociabilidad y Subsidiaridad de la bioética personalista.

En su obra Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética, el filósofo y político Michael Sandel aborda estas ineludibles interrogantes que plantean la posibilidad de manipular la naturaleza humana a partir del nuevo conocimiento genético. Según Sandel, una modificación humana global no tendría sentido si las generaciones venideras no heredaran las nuevas características físicas, cognoscitivas y morales de los sujetos intervenidos (habría que realizar en el futuro nuevas intervenciones biotecnológicas globales para modificar a las generaciones venideras). Sin embargo, llevar a cabo una modificación en la línea germinal interfiere de forma directa en la libertad de elección y autonomía de los futuros nacidos en la medida en que nacerían con una serie de características que no tendrían de forma natural (lotería genética), sino que las obtendrían como consecuencia de la intervención artificial sobre sus padres o sobre ellos mismos en su etapa embrionaria.

En cierto sentido y como afirma el filósofo alemán Jürgen Habermas en su obra El Futuro de la Naturaleza Humana, si se escogieran o alteraran de forma artificial las características genético-hereditarias positivas (no-terapéuticas) de los futuros nacidos, se estaría llevando a cabo una instrumentalización del sujeto y un dominio de su autonomía personal. Cambiar nuestra naturaleza para encajar en el mundo, y no al revés, es la mayor pérdida de libertad posible. Para Habermas, la distinción entre exterioridad-interioridad juega un papel crucial en los cambios que provocaría la ingeniería genética. En su libro El Futuro De La Naturaleza Humana refiere que hablar de exterioridad es aludir a esa dimensión de la persona de carácter material, que opone resistencia, que puede percibirse a través de los sentidos externos; se refiere a interioridad al hablar de las facultades y elementos que conforman lo inherente de la persona que no es percibido a través de los sentidos externos, es a los que los filósofos medievales denominaron las facultades del alma, como la imaginación, la inteligencia, la memoria, la voluntad, las emociones, los sueños; todo ese mundo intangible que forma parte sustancial de nuestra identidad.

La Ingeniería Humana busca producir cambios en este binomio exterioridad-interioridad de la naturaleza humana, pudiendo representar un grave perjuicio en términos de identidad humana por distorsión moral y cultural de cada sujeto hacia sí mismo. Es decir, serían sujetos moral y culturalmente distintos después de la intervención biotecnológica que no guardan los mismos intereses e inquietudes que su yo pre-mejora. También se provocaría una distorsión autobiográfica, o lo que es lo mismo, el no reconocimiento por parte del sujeto de sus nuevas características como propias. En este caso el sujeto también podría tener problemas relacionados con asumir la responsabilidad de sus actos. Se crearía un conflicto interno en la autoconsideración como sujeto perteneciente a una especie considerablemente distinta a la humana, esto es, lo que en el ámbito científico-filosófico se entiende por “sujeto posthumano”, que forja su propia estructura ética o escala de valores de forma independiente al ser humano convencional o contemporáneo.

Como resultado, esta intervención nos traería un nuevo yo en un nuevo cuerpo, con una nueva memoria y un nuevo proyecto de vida. Es decir, una identidad que ya no representa una continuidad con la anterior, un cambio de carácter sustantivo. No somos seres acabados; somos seres en transición, en camino, llamados a devenir lo que todavía no somos, pero sería un error creer que la ingeniería humana, por sofisticada que parezca, pueda superar la finitud, la vulnerabilidad, la condición mortal del ser humano.

Es evidente que gracias a la biotecnología se puede trascender, superar límites que, en tiempos pasados, parecían imposibles de vencer, pero partimos de una afirmación muy común en la antropología filosófica contemporánea: la finitud es un rasgo esencial del ente humano, expresada a través de la enfermedad, del fracaso, del dolor, de la angustia, de la culpa, de ignorancia, de la impotencia, del desamparo y por supuesto, a través de la muerte, que es la máxima expresión de nuestra finitud. Esta antropología filosófica está latente en el posthumanismo, donde el ser humano, es capaz de vencer su condición ontológica a través de la tecnología y devenir algo completamente distinto, cualitativamente diferente. Es esta la fe o la creencia fundamental, no probada, sobre la que se erige el artificie de una evolución regulada por la inteligencia y ejecutado través de las biotecnologías.

Ética y socialmente las aplicaciones biotecnológicas sobre el ser humano con objetivos no terapéuticos enfocadas a la modificación de las estructuras física, cognitiva y moral del sujeto ofrecen problemas fundamentales, algunos ya mencionados, que sugieren la inviabilidad ético-social de ésta como solución a los problemas ambientales del planeta: emergencia de desigualdades relativas a la condición social y económica de los sujetos de cara a su accesibilidad a las tecnologías de mejora; negación de la libertad y autonomía individual de los sujetos humanos que están aún por nacer y que son modificados artificialmente sin su consentimiento; y desarrollo de problemas de identidad relacionados con la no aceptación de las nuevas características como propias o de la responsabilidad de los propios actos.

En términos generales, los principales críticos del posthumanismo y del transhumanismo consideran esencial mantener un debate interdisciplinario permanente sobre las relaciones entre lo natural, lo social y lo humano, pues estos movimientos significan la transformación de esas relaciones como las hemos entendido hasta la actualidad, lo cual significa que en ningún caso es válido un acercamiento frívolo, aunque es moralmente inadmisible interferir con la naturaleza humana.

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Medicina, ethos y humanidades. Bioética, Universidad Católica San Antonio de Murcia.

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