Sobre el estatus ontológico del embrión humano: a propósito de argumentos que justifican su libre disposición
“La hipótesis de que la vida del feto tiene el mismo valor que la de cualquier persona y merece ser protegida desde la concepción no tiene justificación científica ni tampoco ética. La pregunta acerca del momento en el que una vida empieza a ser humana sería una pregunta científica si se pudiera resolver empíricamente, pero está claro que no es así, como lo demuestran siglos de discusión filosófica. Esto hace que la afirmación de que la persona lo es desde que es concebida deba ser considerada como una creencia religiosa o metafísica, pero no un hecho verificable. Desde el punto de vista de la ciencia, se debe concluir que no es ni verdadero ni falso que el feto sea un ser humano. La indeterminación científica sobre el comienzo de la vida humana hace que no tengamos ninguna base empírica para decidir si es correcto o incorrecto moralmente disponer del feto mientras este no es viable y no se puede desarrollar autónomamente.”
Comité Consultivo de Bioética de Cataluña, 2008.
Estos argumentos expuestos por el Comité Consultivo de Bioética de Cataluña sobre la libre disposición del feto humano forman parte de una creciente mentalidad eugenésica con tendencia a justificarse en función de diversos criterios condicionados por los avances de las ciencias médicas y utilizados como instrumentos de poder, aunados a la libertad humana autónoma que lleva a considerar la vida humana basándose en el subjetivismo y el relativismo moral. Como consecuencia progresiva, se crea un paréntesis en la aplicación del derecho a la vida, por tanto, del principio de defensa de la vida física de este grupo de seres humanos que se encuentran en las tempranas fases de su desarrollo, despojándose la dignidad que les es debida a través de la instrumentalización, la selección y privación de su propia identidad.
La vida humana no puede reducirse a términos de utilidad biológica. Para respetar al ser humano como algo inviolable hay que salvaguardar que su llegada al mundo no dependa del dominio y la técnica. No respetar la estructura natural de la procreación deviene en una serie de consecuencias negativas para el nasciturus, así como para el propio amor conyugal y la institución familiar.