¿Quién determina la dignidad?

Ethos, preguntas y respuestas

Gabriel Delgado
4 min readFeb 22, 2023

El reconocimiento de la dignidad como un valor intrínseco como también el de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana son la base de la libertad, la justicia y la paz en tanto fines de los pueblos de las Naciones Unidas, según expresa la Declaración Universal de los Derechos Humanos. También, la dignidad reaparece en numerosos debates contemporáneos y polémicos, tales como las biotecnologías, los derechos de los colectivos oprimidos, la igualdad de género, la autodeterminación individual, el derecho a la intimidad, la eutanasia, el aborto, y los derechos de los animales, para citar algunos casos. Así, Platón, Aristóteles, Cicerón y Séneca son los cuatro filósofos cuyas ideas han permitido sentar las condiciones de posibilidad para el desarrollo moderno de la dignidad humana. Gracias a sus reflexiones respectivas sobre la condición humana, el valor del ser humano, la libertad y la racionalidad, etc., la dignidad humana como valor intrínseco e inalienable ha podido incorporar los parámetros éticos de la modernidad occidental.

Ante las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, el concepto de dignidad humana aparecía claro y preciso para todos y cada uno de los presentes en un sentido formal (como el concepto de justicia en Aristóteles), aunque desde diversas perspectivas materiales (unos pensaban en las atrocidades de los nazis, otros en las de los comunistas, otros en las de los japoneses, etc.). Se trató entonces de una definición implícita. Y si bien en ese sentido la dignidad humana aparece como algo abstracto e indeterminado, no por ello resulta incoherente en su origen ya que emerge estrechamente ligada a unos hechos históricos y sociales que la inundan de lógica, racionalidad y prudencia. Ese carácter abstracto e indeterminado del concepto, como necesidad de un consenso formal entre las naciones signatarias de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, postula simultáneamente la necesidad de una determinación material concreta por los diversos actores según los contextos históricos, sociales, culturales y religiosos de cada uno de ellos.

Para Josef Seifert, en su artículo la dignidad humana: dimensiones y fuentes en la persona, la dignidad designa un objetivo y un valor intrínseco. Afirma que la dignidad no es algo que se limite a satisfacer de manera subjetiva y nos deje con neutras elecciones arbitrarias… si bien “dignidad” no significa únicamente un valor intrínseco, sino también un valor muy elevado y sublime.

La dignidad intrínseca es invocada en todas y cada una de las declaraciones universales, y muy señaladamente en las que competen a la bioética y aprobadas por la UNESCO, la del Genoma Humano, la de los Datos Genéticos Humanos. La más reciente, sobre Bioética y Derechos Humanos, ocupa un lugar central en las reflexiones éticas actuales y en la consideración de la naturaleza humana. Es una referencia obligada para la bioética, como señala la Encyclopedia of Bioethics: “Pocos términos o ideas son más centrales para la bioética y son menos claramente definidos que el valor intrínseco de la dignidad humana”. Existen dos nociones acerca de la dignidad humana que subyacen en las concepciones filosóficas de la ética, de los propios derechos humanos y del humanismo secular. Una proviene del Renacimiento, en que expresamente la dignidad humana es vista como equivalente a la propia condición libre del hombre, al hecho de que él se da a sí mismo “su sitio en el mundo” y define su propio ser (Pico Della Mirandola). Dignidad, en este sentido, equivale a libertad: “No te dimos ningún puesto fijo, ni un rostro propio […] para que tú mismo como modelador y escultor de ti mismo […] te forjes la forma que prefieras para ti […] por tu misma decisión” (Oración sobre la dignidad humana).

Otra es la concepción kantiana de la dignidad humana. Las cosas, dice Kant, tienen precio, pero el hombre, en cambio, tiene dignidad. Lo que tiene precio es intercambiable, puede ser mercancía, servir de medio para otros fines. La dignidad del hombre implica, por el contrario, que todo ser humano sea fin en sí mismo, insustituible, nunca intercambiable ni tomado como objeto o cosa, como instrumento o mercancía. En eso se cifra su dignidad y esta es intrínseca a todos y cada uno de los seres humanos por el solo hecho de ser humanos.

La dignidad humana abarca todas las dimensiones de la persona humana: en su ser espiritual y corporal, en su condición individual dotada de capacidad de libertad y cultura, en su vida comunitaria y en su dimensión sobrenatural y religiosa; sin embargo, la dignidad no la determina la sociedad, la iglesia, el estatus social, la salud o la inteligencia. Si es verdad que la dignidad le corresponde a la persona humana en cuanto tal, está claro que esa dignidad será no por el desarrollo de las distintas cualidades y capacidades de cada ser humano, ya sean corporales, intelectuales o volitivas, sino por aquello que constituye su propia esencia o naturaleza humana. La dignidad es un valor intrínseco que tenemos por ser nosotros lo que somos y, en nuestro origen y en gran medida en el presente de cada uno, lo que somos es algo que hemos recibido. Es un don que reclama ser reconocido como la misma vida que es una dádiva y, a la vez, una tarea. Por lo que la dignidad impone la obligación estricta de respetar a un ser dotado de ella tanto legal como moralmente, de una manera esencialmente superior y más absoluta, de un nivel axiológico inconmensurablemente superior que aquellos seres que también tienen un valor moralmente relevante, pero carecen de esta dignidad, como los animales.

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Medicina, ethos y humanidades. Bioética, Universidad Católica San Antonio de Murcia.

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