Analizando el concepto de Salud de la OMS: contradicciones e incongruencias internas
El mundo posmoderno sigue haciendo frente a conceptualizaciones erróneas. Dentro de estas se encuentra la definición de salud y su considerable repercusión en la interpretación y aplicación de conocimientos y juicios que anteceden a todo razonamiento en Ciencias de la Salud.
El concepto de salud es complejo y transcultural. Su comprensión debe ir ajustada a los acontecimientos históricos que han servido como ejes elementales para definirlo. La definición más influyente es la de la Organización Mundial de la Salud (OMS), plasmada en el preámbulo de su Constitución: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (p.1). Definición que entró en vigor en 1948, y si bien ha sufrido numerosas críticas y cuestionamientos, actualmente es la más conocida y globalmente aceptada.
Es cierto que esta definición es muy sublime, pero también es de carácter operativo, individualizado y carente del componente social que caracteriza a la salud. Aunque la OMS plantea un concepto positivo, no está centrado en la idea de la enfermedad, sino en la salud del individuo. Sin embrago, no se puede menospreciar lo integral de la definición, puesto que se considera a la persona como un ser biopsicosocial. No obstante, se pueden hacer varias observaciones a la mimsa.
La integridad física y el bienestar constituyen dos elementos fundamentales en la definición de salud de la OMS, sin embargo, esta no hace referencia al modo de vida de la persona. Por su complejidad, sobre la salud actúan diversos determinantes o factores que deberían ser considerados dentro del concepto: aquellos relacionados con aspectos tan variados como son los biológicos, genéticos, personales, familiares, sociales, ambientales, culturales, de valores, educativos, sanitarios, económicos, religiosos, etc. La mayoría de estos factores pueden modificarse, incluido algunos biológicos. La incidencia de unos sobre otros es tal que no pueden disociarse sin caer en una concepción demasiado simplista del complejo salud-enfermedad. Combinados todos ellos, crean distintas condiciones o modo de vida que ejercen un claro impacto sobre la salud.
La OMS da una definición subjetiva en virtud que iguala bienestar a salud. Estamos seguros que no siempre sentirse bien es equiparable a tener salud. Esto la hace una definición utópica y estática, debido a que el completo bienestar es un objetivo difícilmente alcanzable y demostrado por el campo de la investigación médica a tavés de constante evolución y a un nivel que hace cada vez más difícil encontrar a alguien totalmente sano. Por tanto, bajo este concepto, la salud se considera un estado, mientras que, en realidad, la salud es un proceso cambiante. Esto quiere decir que no se están considerando los grados que la salud puede alcanzar, dejando de lado el hecho de que existen enfermedades de carácter asintomático y por ende no necesariamente alteran el bienestar de la persona enferma.
Generalmente un Programa de Salud requiere una serie de planificaciones coherentes destinadas a alcanzar objetivos para mejorar el estado de salud de la población. Si tomamos esto como ejemplo y analizamos el concepto de salud de la OMS, llegamos a la conclusión de que es una definición retórica, puesto que no sirve operativamente para planificar un programa de este nivel, puesto que contiene inconvenientes epistemológicos que dificultan estudiar una realidad compleja y, sobre todo, necesitada de abordajes interdisciplinarios.
Lo más alarmante del concepto es la referencia que hace al carácter absoluto de la palabra “completo” en relación con el bienestar, por lo que todo aquello que no sea “completo estado de bienestar…” , es decir, la cotidianidad, pertenece a la esfera que abarca la medicina. Esto contribuye involuntariamente a un grave problema: la medicalización de la sociedad. Ese requisito de una salud completa no hace más que dejar a las personas insalubres la mayor parte del tiempo, sumando puntos al respaldo de las tendencias de las nuevas tecnologías en médicina e industrias farmacéuticas, en asociación con organizaciones profesionales con la finalidad de redefinir las enfermedades ampliando el alcance del sistema sanitario.
Otro aspecto importante a destacar es que la definición contiene ambigüedad en entender la salud, sus dimensiones y su carácter intersectorial respecto de sus límites y de quienes tienen la responsabilidad de proveerla. Mayormente las desigualdades sociosanitarias son presentadas como diferencias en morbilidad o mortalidad en función de determinadas condiciones socioeconómicas. Para los países en desarrollo, reducir las inequidades en el sector salud significa reducir la incidencia de las enfermedades, principalmente la infecciosas; las políticas en salud continúan centrándose en la enfermedad y en la población enferma y los profesionales sanitarios son frecuentemente identificados como los únicos que deben hacerse cargo de la salud. Y esto es un error.
Desde 1948 la demografía y la naturaleza de las enfermedades han tenido cambios importantes. En esa época las enfermedades agudas representaban mayor carga de enfermedad que las enfermedades crónicas. Las enfermedades crónicas se caracterizaban por llevar a la muerte prematura. En la actualidad, el número de personas que viven con enfermedades crónicas durante décadas está en aumento. Aquí es donde cabe resaltar que a partir de que la OMS definiera la salud, los patrones de enfermedad cambiaron producto de nuevas medidas sanitarias que incluyeron mejor nutrición, higiene y saneamiento, así como mejores intervenciones en la asistencia sanitaria.
Simpre debemos considerar la salud como un hecho social tanto material como inmaterial que debe integrase como un fenómeno multidimensional y multicausal, que trasciende y desborda la competencia estrictamente médica, relacionándose además de la biología y la psicología, con la economía y la política, en tanto que es un asunto individual y colectivo al unísono.
La definición de salud de la OMS sigue teniendo plena vigencia, aunque con incongruencias y contradicciones internas. En conclusión, define la salud a través de una orientación post-positivista y conforma una síntesis que propone integrar múltiples aspectos en contraposición con una visión reduccionista y limitada de la misma, sustentada en el paradigma positivista de la ciencia que tiende a dividir y fragmentar el conocimiento desde diversas disciplinas y de manera aislada.
El objetivo de este análisis es motivar a seguir reflexionando sobre el concepto, sabiéndose la salud como un valor compartido por todas las sociedades y todos los sistemas ideológicos como uno de los objetivos del desarrollo y una condición indispensable para una auténtica igualdad de oportunidades, de ser reconocida bajo la necesidad de protegerla desde un componente individual hasta un colectivo social, más allá de un concepto, pero más cercana con la realidad que observamos en la práctica médica cotidiana.