Una breve consideración sobre la ética de la negativa y la ética de la ignorancia en Medicina

Gabriel Delgado
3 min readFeb 9, 2020

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El médico adquiere la capacidad de tomar decisiones pese a la incertidumbre. Es una aptitud que caracteriza un núcleo de valores humanistas y morales de una ciencia austera que procura ser al mismo tiempo honorable, asequible, sostenible y equitativa. Sin embargo, en ocasiones, la función humanitaria que caracteriza esta ciencia se ve afectada y es preciso aprender a ejercer una Medicina Armónica.

El médico debe saber decir “no” de forma adecuada y justificada, con sutileza y cortesía, ante peticiones exorbitantes de pacientes y familiares, incluso compañeros y superiores. Esto supone la denominada ética de la negativa. Cuando algo no es viable, por la razón que sea, conviene saber decir “no”, de manera asertiva, sin aspereza y con la flexibilidad que conviene al acto clínico con fin de mantener una buena relación médico-paciente.

La ética de la ignorancia supone expresar con sinceridad y oportunamente “no lo sé”, “no lo sabemos”, “no hay conocimiento científico al respecto”. Esto significa compartir con pacientes y familiares, compañeros y superiores los límites de la Ciencia y de la Medicina. Es conveniente reprimir las expectativas excesivas.

Tener compasión significa entender el sufrimiento del paciente y de sus familiares y desear buscar una solución. La compasión va más allá de la empatía, pues ésta es una forma de inteligencia, de capacidad cognitiva, de “entender inteligentemente”, mientras la compasión se refiere a un nivel más básico de solidaridad ante el sufrimiento. La compasión es un sentimiento, no un conocimiento.

Trabajar con cortesía es respetar las buenas costumbres, según la cultura y situación del paciente. Cortesía es en parte etiqueta, dar la mano o tratar de usted al adulto mayor, por ejemplo, pero como una forma de expresar reconocimiento, no como mecanismo para establecer barreras.

La enfermedad cambia el curso de la vida de los pacientes. Por lo que trabajar con piedad es reconocer el impacto del sufrimiento en el paciente y sus familiares y tener conmiseración. Ser enfermo significa volverse frágil, afectándose la integridad física y/o mental que caracteriza al ser humano. La piedad permite tener clemencia, entender lo que significa la enfermedad en el devenir personal, familiar, laboral y social del paciente.

No es un asunto únicamente de carácter técnico-científico, sino sobre todo humano. De hecho, no hay calidad en la prestación de servicios sanitarios sin calidad humana; la calidad científica y técnica es sólo condición necesaria, pero no suficiente.

Concluyo con un párrafo del libro Ebrio de Enfermedad de Anatole Broyard, director del New York Times Book Review, publicado en octubre de 1990. El autor murió a causa de un cáncer de próstata que le fue diagnosticado 14 meses antes. Cito:

No todos los pacientes pueden salvarse, pero sus enfermedades pueden ser más llevaderas según responda el médico ante ellos, y al responder ante ellos el propio médico puede salvarse. Pero antes que nada ha de volver a ser un estudiante; es preciso que diseccione el cadáver de su persona — o máscara — profesional; es necesario que entienda que su silencio y su neutralidad son antinaturales. Acaso sea necesario que renuncie a una parte de su autoridad a cambio de recuperar su humanidad, pero, como bien saben los médicos de familia éste no es un mal trato. Cuando aprenda a hablar con sus pacientes, el médico tal vez vuelva, por medio de la palabra, a tomar afecto por su trabajo. Tiene poco que perder y lo tiene todo por ganar dejando que el enfermo entre en su corazón. Si lo hace, ambos podrán compartir — y muy pocos pueden compartir así — el asombro, el terror y la exaltación de quien está al filo mismo del ser, entre lo natural y lo sobrenatural.

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Medicina, ethos y humanidades. Bioética, Universidad Católica San Antonio de Murcia.

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